Las leyendas del Pajarito.


…tiene tres puertas: la una que llaman del Pajarito, por una ermita que tiene sobre ella con una imagen de esta vocación, porque cada siete años venía un pájaro pequeño y limpiaba con sus alas el interior de la iglesia, de cuyo caso fui testigo siendo yo de poca edad… (Diego Suárez de Figueroa, hacia 1727)

La puerta…
En la salida de las calles Morales y San Atón.  Dejó de utilizarse en 1765 cuando se abrió la Puerta Nueva. Rehabilitada en parte a partir de 2006.
Se articulaba como una puerta inmediata a un torreón que la protegía y era una salida directa al río. En el dibujo de la ciudad de Israel Silvestre, siglo XVI, se aprecia también que la puerta se abre en la propia torre. Cartografía del siglo XVIII señala que la puerta se abre entre dos construcciones. La evolución de esta puerta aparece muy bien descrita y estudiada por Julián García Blanco en su blog: Las puertas de Badajoz.
Cien metros al oeste de ella se abría la de Pelambres ambas se cerraron, como queda dicho,  en la segunda mitad del siglo XVIII, y pasaron a utilizarse como simples desagües de las alcantarillas de la zona.

…Año de 1765…A principios de junio de este año se finalizó la puerta nueva del río, que cae a la espalda del Hospicio, para el uso de aguadores; y al mismo tiempo que se finalizó se cerró la de pajarito, quedando en ella desaguadero de la ciudad… (Tolosa, pág. 68)
Vista de la Puerta/Ermita del Pajarito, principios del siglo XX
 Desde finales del siglo XIX, tras las graves inundaciones de 1876 quedaron prácticamente ocultas por el recrecimiento que se hizo en la zona exterior, orilla del río, para evitar riadas y que serviría para establecer la conocida como carretera  de circunvalación.
En 1917 también se autorizó un relleno de la zona inmediata a Pajaritos para igualar con Pelambres y calle del Río, hoy Joaquín Sama.[1]
La auténtica puerta aparece reseñada en la cartografía del siglo XVII, adosada, por el oeste, con la torre ahora conservada. Bien podría señalarse, a falta de un estudio arqueológico adecuado, esta evolución del espacio: en época medieval se articularía como torreón puerta, que en época más moderna se trasladaría, ensanchándose, al lado oeste, de donde desaparecería a finales del XVII, para volver a recuperarse la original, ahora solo como desaguadero. De forma que lo que ahora permanece es el torreón medieval con la puerta primigenia, habiendo desaparecido la reflejada en la cartografía de Bordick y otros Ingenieros de los siglos XVIII y el XIX.

… la ermita…
Tradicionalmente y por extensión se suele denominar así a todo el espacio que hoy pervive de la puerta y cuerpo de guardia de Pajaritos, aunque el espacio ocupado por la capilla sea la planta superior, de bóveda cupulada ordinaria y en la que se encontraba la talla de Nuestra Señora de la Paz, actualmente en la iglesia de San Agustín, parroquial de Santa Mª la Real.
Al igual que en otras puertas de la plaza de Badajoz, las imágenes fueron retiradas en 1761 para levantar la “acogida a Iglesia” que tantos conflictos de inmunidad causaban.

…y las leyendas…
Este entorno de Pajarito o Pajaritos, que de ambas formas encontramos escrito en documentos y cartografía, ha dado pie a muy diversas leyendas e historias en ocasiones curiosas, cuando no plenamente fantasiosas.
El nombre se refiere, como relataba Diego Suárez de Figueroa, a una imagen que era limpiada por las alas de un pajarito que acudía cada cierto tiempo para tal tarea.
Se desconoce la fecha en que se estableció tal devoción en la puerta; sí conocemos que todas las puertas de Badajoz tenían una advocación mariana: la del Pilar, antigua puerta de Jerez, recibió este nombre ya desde su apertura en 1692; más o menos por esa fecha se debió abrir la de Mérida, que estaba rematada por una capilla dedicada a Nuestra Señora de Tentudía, desde mediados del siglo XVI hay noticias de la devoción a Nuestra Señora de los Ángeles en Puerta Palmas…
“La Virgen del pajarito” es una tabla que pintó Luis de Morales, en 1546 como  señala una cartela en la pintura, para el Hospital de la Concepción de Badajoz. Es un óleo sobre tabla, pasado a lienzo por Vicente Poleró hacia 1850. Desapareció con la desamortización de 1834, trasladado a Madrid debió ser enajenado a la familia del ministro Segismundo Moret y ésta la donó a la Iglesia parroquial de San Agustín de Madrid, donde se venera. Nunca estuvo, pues en la puerta señalada, amén de que no hay constancia documental alguna de que allí se situara el obrador de ‘El Divino’.
La tradición del pajarito, como hemos señalado, la encontramos a mediados del siglo XVIII. A finales del siglo XIX Nicolás Díaz y Pérez, personaje extraordinario y cronista de Badajoz, polígrafo, aparece como el gran creador de muchas de las leyendas y relatos que nos han llegado, aunque él lo presenta como verdad absoluta en la mayor parte de sus escritos. Si su ingente obra es preciso estudiarla, o al menos leerla para cercarse a la historia más local de nuestra ciudad, sus afirmaciones aparecen con la sombra de la duda que las minusvaloran como documento. Dedicó varios escritos, en el periódico Correo de Extremadura, a la ermita, aparecen reseñados en la Bibliografía.
Hacia 1922 se retomará la cuestión, comienza un movimiento amplio en Badajoz para reivindicar la memoria de Luis de Morales. En la prensa diaria el canónigo Fernando Castón, José López Prudencio, el escultor Exuperancio Pérez Ascunce, el pintor Antonio Juez, Enrique Segura y otros varios escriben glosando su vida y su obra. Con el apoyo del Ayuntamiento y una amplia nómina de artistas, este movimiento rematará en la escultura que hoy vemos en la plaza de España, obra de Gabino Amaya en 1925[2].
Pero la  leyenda del pajarito que limpia con sus alas las imágenes sagradas no es exclusiva de Badajoz, está muy extendida y entre otros varios lugares la hemos encontrado Navarra.
En Puente la Reina  (Navarra), la Virgen del ‘txori’, pajarito en vascuence, estaba en una capilla en mitad del puente y los cronistas documentan visitas del pajarito a limpiarla, desde 1824. Tras la I Guerra carlista, en 1843, la torre fue demolida y la imagen trasladada a la Iglesia parroquial de San Pedro.
Esta leyenda sigue muy arraigada en la localidad y en ella se incluye a un soldado extremeño.
El brigadier Cristóbal Manuel de Villena, VI conde de Vía Manuel y XIV señor de Cheles (Badajoz), donde había nacido en 1800, que combatía en el bando liberal, había ocupado la plaza en 1834 y despreciando las creencias de la población llegó a disparar los cañones junto al puente, lo que espantó al pajarito. Poco después, tras el desafortunado combate de Peñas de San Fausto, fue hecho prisionero por el general carlista Zumalacárregui, al proteger la retirada del general en jefe, barón de Carandolet, de las fuerzas liberales. Los carlistas no admitieron su canje por otros prisioneros y fue fusilado en Aranaz en agosto de 1834. Las gentes del pueblo creyeron, y así lo difundieron, que fue un castigo por molestar al ‘pajarito que cuidaba de la Virgen’.
En lo referente al patrimonio de nuestra ciudad, la escultura que se veneraba en la Puerta del Pajarito, o Pajaritos, de Badajoz es una imagen sedente, de alrededor de 1.500, en alabastro policromado procedente del Hospital de la Concepción, cuya iglesia, aún conservada, recibía el nombre de Ermita de la Paz.

 …Año de 1761…En este mes de agosto del presente año extrajeron la imagen de Nª Sª de las puertas de esta ciudad, en donde se les daba el debido culto, colocando Nª Sª de los Ángeles (que estaba en la puerta de las palmas) en el Hospital de la Cruz; la de el pajarito que se hallaba encima de esta puerta, en la parroquial iglesia de Santa María, y a la de Tentudía de la iglesia parroquial de Nª Sª de la Concepción; habiéndose esto ejecutado con orden de la Corte, para obviar disturbios de inmunidad eclesiástica, por haberse seguido algunos por esta causa. No ha dejado de causar sentimiento esta determinación por la decencia que dichas capillas tenían… (Tolosa, pág. 23)
Nª Sª de la Paz, la Virgen que estaba en la Ermita del pajarito, Iglesia de San Agustín (Badajoz)
 Los conflictos de inmunidad se daban con ocasión de los privilegios que tenían los “lugares sagrados” de estar bajo la dependencia directa del obispo en todos casos, incluso en cuestiones de legislación ordinaria. Así, un delincuente que se “acogía a sagrado” no podía ser detenido por la justicia ordinaria en tanto la Autoridad eclesiástica no lo entregase. Aunque el refugiarse en sagrado no garantizase la impunidad si permitía evitar la captura “in fraganti” y la represalia consecuente además de, en algún caso, dilatar el proceso de entrega a la justicia ordinaria hasta preparar una buena apelación. También en muchos casos los agentes de la ley, en el calor del hecho, no respetaban este acogimiento y se apoderaban del “presunto” sin respetar autoridad alguna eclesiástica:

…Año de 1662…Nuestro Prelado[3] entró en su Iglesia a primeros de Mayo, donde estuvo muy querido, aunque no le faltaron trabajos y disgustos; ofreciósele un lance de inmunidad que defendió con el celo y tesón que era en él nativo; excomulgó al Juez y a otros muchos culpados. Estos y otros de su facción, con insolente atrevimiento, pasaron armados al Palacio, a hora de mediodía y deseando Su Ilustrísima quietarlos y sosegarlos con paternales y amorosas palabras, sucedió el lance trágico de dar un pistoletazo y matar a sus pies a un Capellán que se opuso a un desatento que le echó a S. I. el bonete en el suelo. Retiróse el santo Prelado, bien sentido del caso, y acudiendo gente se retiraron también los agresores.
Siguiose el pleito, en que salieron todos condenados en castigos y multas y en que vestidos con túnicas, sogas al cuello, velas verdes en las manos y descalzos fueron en procesión a la Iglesia a ser absueltos de las censuras…[4]

La torre, puerta, ermita de pajaritos o del pajarito, tuvo un periodo de reivindicación, como ya señalamos, en esos años veinte como escenario de la vida de Luis de Morales. Es casi seguro que los relatos que a continuación reflejaremos nacen de aquellos escritos y de aquellos escritores y artistas que ansiaban poner de relieve, demandar en suma una mayor atención a la figura y obra de tan insigne pintor:
…Existe un edificio –si así puede llamársele- que en aquel tiempo, y hoy mismo, tomó parte importante en la vida de Morales. Me refiero a la que fue ermita de Pajaritos , de cuyo sagrado recinto salieron para esparcirse por el vulgo que hoy las repite interesantes anécdotas de la vida del pintor, algunas de ellas muestras palpables de respeto, amor y veneración para quien había sabido hacerse llamar por el más envidiable de los calificativos, el de Divino.
Existe, como digo, el edificio. Existe en Santa María la Real la imagen de la Virgen que debió estar en el retablo de Pajaritos y existirán seguramente documentos que, de intentarlo, no harían muy difícil la reconstrucción de la citada ermita ¿Por qué no intentarlo? Si no como homenaje, al menos como piadoso recuerdo, al que supo hacer inmortales una raza, una época y el espíritu religioso de un pueblo…[5]



 Acontecimiento importante para la ciudad fue la estancia en ella de la corte del Rey Felipe II en 1580 para atender a la ocupación de Portugal. Aquí, en Badajoz, fue donde el rey Felipe recibió la noticia de la incorporación a la corona española de la corona lusa. Aquí, al unirse los dos imperios, bien pudo decirse aquello del Imperio en que no se ponía el sol.
Y en este entorno es donde nace la leyenda que hace protagonista al insigne pintor y al gran emperador.
Díaz y Pérez la señala en 1897 y López Prudencio la apuntala en 1922 (Tradiciones y Recuerdos, en Correo de Extremadura), después diversos contadores de historias, versionadores y el acervo popular le han ido dando forma y detalles… como toda buena leyenda merece…

“Aconteció que estando en la ciudad el Rey Felipe II hizo llamar a su presencia al virtuoso pintor don Luis de Morales, de reconocida y merecida fama, que las generaciones siguientes habían de llamar “el Divino” por la delicadeza y esplendor de sus pinturas.
Se aposentaba Su Majestad en el palacio de los Marqueses de la Lapilla, en la plazuela del Gobernador,  calle arriba por la puerta del Convento de franciscas de Santa Ana de la calle de Hernando Becerra, donde a su final, casi por frente del Convento de Santa Lucía, tenía casa y taller el ya provecto don Luis.
No era el pintor dado a la gran pompa, así que decidió acercarse andando hasta Palacio despreciando la silla de manos que su hijo y allegados le recomendaban. Era una buena tarde, veraniega sin calor, lo cual en Badajoz era de mérito y extrañeza.
Acompañado de su hijo y dos de sus más dilectos oficiales de taller no tardó en estar ante la portada, de sobra conocida en la ciudad, en piedra blanca portuguesa y con el escudo de los Fonseca sobre el amplio balcón que sobrevolaba el acceso a modo de matacán florido; en esta ocasión además orlado de las armas reales y ceñido de cintas azules en honor del monarca, como Palacio Real que era mientras lo ocupara el gran rey Felipe.
Los criados y mayordomos de jornada le esperaban y pronto fue conducido ante el rey, en la gran sala del principal, la de las recepciones y actos más solemnes, la de la gran puerta tallada que parecía asomarse a la escalinata que arrancaba de la entrada, con su andén para poder descender del carruaje.
Don Luis de Morales saludó con la cortesía y pleitesía indicada pero sin el envaramiento del inferior; los años, los quehaceres y la justa fama, que trascendía más allá de la frontera patria, le aplacaban los temores y le dotaban del empaque de la serenidad.
El rey pronto abrió la conversación acerca de los trabajos, que había admirado ya, en alguna iglesia de convento en nuestra ciudad. Recabó detalles de la inspiración y proyectos del gran pintor y pronto, ganado de la bonhomía y delicadeza de don Luis descendió a detalles más prosaicos: “Viejo os veo –bromeó el gran Felipe; ¡Uff! Majestad pues si muy viejo estoy, aún más pobre soy! -respondió el pintor para seguir la chanza.
En este tono continuó la charla, indagando Su Majestad en la vida del ilustre invitado, no mucho tiempo cierto es, pues los correos que continuamente llegaban de Portugal exigían respuestas, aun así mucho tiempo dedicó a nuestro artista. Quiso finalizar el rey con un detalle para tan gran artista con tan modesto patrimonio: “Don Luis, habréis de contar con 300 ducados para comer”
“Muy agradecido Majestad –respondió Morales con semblante si nó serio, si algo menos alegre de los esperado.
No dejó de reparar Felipe II en el gesto, que sin ser descortés chocaba con las zamalerías en que solían envolverse otros favorecidos, aún con menos.
“No parecéis contento don Luis” –afirmó el rey, “La cantidad es grande”
La respuesta no se hizo esperar y sinceridad por sinceridad el pintor respondió: “Para comer sí, sin duda Majestad pero ¿Y para cenar?”
No era respuesta descortés pero los cortesanos que acompañaban a Su Majestad, algún que otro secretario e incluso los criados que atendían, guardaron un silencio expectante, dudando todos de la actitud que había de tomar el rey Felipe.
No fue a más la cuestión, la admiración del rey por Luis de Morales era sincera y, apreciando la chanza, accedió a doblar la cantidad para adecuar la vejez de tan insigne artista…” (Relato)
 
Sobre Morales, que al decir de todos los contadores de historias tuvo su estudio, su taller, en las edificaciones que conformaban la puerta de Pajaritos, hay otras varias leyendas, alguna referida a este entorno:

“Era muy viejo, estaba cansado, sin apetito,  las continuas visitas del galeno no lograban levantarle el ánimo, ni el cuerpo. Las sangrías, con lanceta o sanguijuelas, apenas lograban algo más que adormecerlo y procurar un leve descanso y las recias sopas con hueso de jamón y morcillo apenas si le ayudaban a mantener abiertos los ojos. Estaba cansado y sentía, presentía mejor el cercano final.
No tenía miedo a la muerte, ya no, había vivido lo suficiente, más que todos los amigos, escasos, que tuvo, más que su adorada esposa y más que muchos de sus discípulos. Había creado una obra que, al decir de todos, era extraordinaria, ganó dinero, mucho dinero, pero más fama, y admiración, y respeto. Lo había oído en muchas ocasiones, sus tablas eran de una belleza tal que acercaban a Dios, eran una muy acertada expresión de lo divino. Pero no estaba satisfecho, no quería ser presuntuoso pero pedía a la Virgen, a la que tantas veces reflejó, a la que tantas veces rezó pidiendo buen pulso, acierto en el detalle y complacencia en el color, que le permitiera finalizar ese último trabajo, el que colgaba en la recia pared, antaño muralla, de la puerta del Río, al que, jocosamente, sus aprendices llamaban “puerta de los pajaritos” por las veces que los reflejó en sus cuadros y las tantas y tantas veces que les hacía dibujarlos; era exigente, las tablas, pieles y telas se llenaban una y otra vez de aves, hasta que el Maestro daba su aprobación, después, en contadas ocasiones permitía a alguno de los oficiales, los de más confianza, asentar alguno en un encargo.
Pero ésta obra, bien sabía que era su última obra, la quería rematar él. Él solo. Quería mostrar, si pudiese ser, por última vez, su maestría. Habría de llamarla “La Virgen adorada por las aves”, Nuestra Señora orlada de flores y pajarillos, que cantaban su Gloria.
La tabla había sido preparada con mucho tiempo, ya estaba bien impregnada, tenía los fondos, tenía los bocetos y ya sabía que color habría de emplear en cada figura, sus más cercanos discípulos sabían qué quería el maestro, tonos, misturas, todo estaba preparado para terminar, dos jornadas, tres a lo sumo…si pudiera, Señor, si pudiera…
Llegó la primavera, la primavera badajocense, luminosa, antes de hacerse deslumbradora en el verano. Marzo en flor, colores y verde, mucho verde, y muchos pájaros, volviendo al norte, retozando en el Guadiana, buena luz, días alargándose, lo que gustaba para su trabajo, luz natural, no tan brillante como para tamizarla en el taller con visillos…natural.
Lo supo, lo supo desde que despertó antes que el gallo de maese Nicolás, el chacinero, cuyas tapias eran linderas con su casa frontera a Santa Lucía, antes que el gallo y que la campanita de las monjas llamando a maitines.
Llegó el día, se sintió joven, fuerte, sabía que podía terminar su obra más ansiada, no pedía más.
Alguna cara de asombro en sus oficiales cuando los llamó, bien temprano, para que reunieran a todos en el taller, pero los mayores no albergaban dudas de que el maestro había vuelto, el brillo de sus ojos lo delataba, estaba ahí, don Luis de Morales, el gran pintor, el artista pleno. Bajo las pobladas cejas y la despejada frente, ojos oscuros, del tono marrón de la tierra esperando la sementera, el pulso firme.
Y pudo hacerlo, tres jornadas, lo sabían, lo sabían todos: tanto amor, destreza, trabajo, tantas veces reflejado el rostro de María que, en esta última ocasión, solo ésta, le habrían de permitir concluir su gran obra…se apartó de la tabla, era una pintura de gran tamaño, pidió que velaran algo la ventana para jugar con la luz del mediodía, marzo hermoso, fragante, se sentó en su sillón, le acomodaron un suave cobertor sobre las rodillas, miraba su obra, musitó algo que ninguno de los presentes acertó a entender, se durmió, sonriendo, agradecido, para siempre…” (Relato)[6]
Bibliografía:

CASTÓN DURÁN, Fernando, “Miscelánea: La Virgen del pajarito” en Revista de Estudios Extremeños, Badajoz, Diputación Provincial, nº 3, 1941.

CORTÉS CORTÉS, Fernando, Badajoz 1925. Monumento y Exposición de Luis de Morales, Badajoz, Ayuntamiento de Badajoz, 2019.
FAUSTO, G. “La Virgen del Pajarito” en Diario HOY, Badajoz, 26 septiembre 1968.

JUEZ, Antonio, “Pajarito y Pajaritos” en Correo de la Mañana, Badajoz, 14 marzo 1922.(Cita la obra de Morales "la Virgen adorada por las aves")

LÓPEZ PRUDENCIO, José, “Extremadura y Morales” en Correo de la Mañana, Badajoz, 25 febrero 1922.

“¿En qué calle vivió Morales?” en Correo de la Mañana, Badajoz, 1 marzo 1922. 
(Sostiene el autor que Luis de Morales vivía en la calle que lleva su nombre, entre otras razones, por su cercanía al torreón de Pajaritos donde tenía el taller)

“De Morales. Tradiciones y recuerdos” en Correo de la Mañana, Badajoz, 3 marzo 1922.
(Morales recibido por Felipe II)

“Morales y Pajarito” en Correo de la Mañana, Badajoz, 9 marzo 1922.
(En este artículo trata la leyenda de la última obra de Morales, “La Virgen adorada por las aves”)

PÉREZ ASCUNCE, Exuperancio, “Morales y Pajarito” en Correo de la Mañana, Badajoz, 9 marzo 1922. (Aquí se relata la leyenda de la última obra de Morales

[1] En 1917, Sesión municipal de 2 de junio, Francisco Lobo Hurtado solicita permiso de obras para “elevar una casa” al final de la calle de San Atón con salida a la calle Morales, porque se está rellenando la zona lo que dejará la planta baja soterrada.
[2] Fernando Cortés Cortés 2019.
[3] Obispo Gabriel de Esparza, 1659-1662.
[4] ANÓNIMO, Continuación del Solano... Tomo 1, página 135.
[5] JUEZ, Antonio, “La enseñanza del pasado” en Correo de la mañana, Badajoz, 22 enero 1922.
[6] Basado en el artículo de López Prudencio “Morales y Pajarito” en Correo de la Mañana 9 marzo 1922.

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